Sabemos desde niños que aquí en la tierra no existe el llamado «paraíso terrenal», pese a ello en esa edad la mente vuela creando los más maravillosos y sorprendentes paisajes. El Edén en que vivieron Adán y Eva dejó de existir en el mismo momento del pecado original y la expulsión del paraíso de nuestros primeros padres. A partir de allí: «parirás con dolor», «ganarás el pan con el sudor de tu frente…”, son solo algunos de los problemas que se plantean al hombre en su peregrinaje por la tierra en la búsqueda de la felicidad y la ansiada paz, que no es otra cosa que plenitud de vida.
Los que llegamos a Gesell, después del dotado trabajo de don Carlos, hemos encontrado de alguna manera una naturaleza generosa en donde se conjugan todos los colores que alegran el espíritu. Tenemos, como en Entre Ríos, «todos los verdes» en sus variadas especies de pinares; la más amplia gama de rojos desde las espectaculares salidas del sol sobre el mar, los alegres atardeceres, las alfombras de hojas otoñales que se enrojecen en el momento de morir, para terminar con los vistosos tejados coloniales o franceses; los azules y los celestes, cotejan en hermosura sobre el ciclo o el mismo mar que lo refleja sin ninguna mezquindad; el blanco de las majestuosas nubes que pasan raudas descargando copiosos aguaceros, compite con el de las heladas invernales o cada tanto una nevada que nos remonta a algún paisaje exótico; el amarillo de los médanos o el césped quemado por el frío… Todo tiene su encanto y son las pequeñas cosas que debemos valorar en el sugerente paisaje.
La brisa marina a veces transformada en fuerte tormenta con su aroma salino y su humedad nos hace sentir un poco lobos de mar, contemplando su paso y robándonos el humo que brota generoso de la pipa. Esa misma brisa genera un mar lleno de piruetas que hace volar nuestra imaginación y crea las más insólitas leyendas de monstruos marinos, piratas y cementerios de barcos. Cuando nos moja con su fresco aliento no podemos dejar de pensar con nostalgia que esas mismas aguas tal vez rozaron los cascos hoy hundidos del «Belgrano» y el «Fournier», ayudaron a nuestros abuelos gringos a llegar a las nuevas tierras.
Vivir en Villa Gesell es disfrutar de las largas caminatas por los senderos de los pinares, de la soledad de lo médanos, del alegre canto de los pájaros, del paso angustiado de alguna comadreja sorprendida en una de sus tropelías, de la pesca fructífera o de la recolección de almejas, del aviste de alguna ballena distraída en su derrotero, del paseo nocturno por la calle 3 con su propio ruido, luces, colores y sabores que salen de los mil negocios que la circundan.
Vivir en Villa Gesell es disfrutar de la amistad y de las interminables reuniones nocturnas en torno al hogar siempre encendido. Vivir en Villa Gesell es gozar de la poesía que brinda la naturaleza y la imaginación de los hombres…
Wolf Furth